La historia continúa: con la idea de tener 2 horas más de espera en el aeropuerto,
pensé que podría comer algo tranquilamente. Compré una ensalada de pasta, un
baggel con queso y un jugo de manzana. Me senté en un lugar alejado de mi
puerta de embarque para comer y navegar por internet mientras pasaba el tiempo.
Incluso le escribí un e-mail al señor que me rentaría el cuarto para comentarle
que llegaría más tarde y justamente a las 6 p.m. ocurrió el desastre… Cuándo
veía el correo electrónico me percaté que tenía un e-mail nuevo de la compañía
aérea avisando de un cambio de sala del vuelo que ya había realizado, el de
México-NY. Y me extrañó que no hubiera otro correo alertándome del retraso del
siguiente vuelo puesto que es una información mucho más importante que un
simple cambio de sala. Con la cara blanca y la adrenalina a flor de piel me
dirigí a la puerta de embarque de mi vuelo y ahí me comunicaron que el abordaje
estaba cerrado y que el avión despegaría sin mi. Con los sentimientos
traspuestos me dirigí a la mesa de información de la aerolínea, expliqué mi
confusión y pedí que me pusieran en el vuelo a Montréal que aparecía en las
pantallas como retrasado y que era de la misma compañía. Lo que me dijeron fue
aún más alucinante, ese vuelo no existe. ¿Que qué? Es decir, ¿ponen en las
pantallas la información de un vuelo que no existe? Pues sí, y solo para
confundir a las personas confiadas como yo. El próximo vuelo a Montréal salía a
las 7:50 a.m. el día siguiente, me dieron un pase de abordar (sin cargo extra) pero
como era mi culpa no haber abordado mi vuelo, la compañía no se hacía cargo ni
de proporcionarme hotel ni alimentos. Tardé varios minutos en asimilar la
situación y en perdonarme a mi mismo por semejante descuido. Siempre hay una
primera vez para todo, así que esta vez me toco perder un vuelo por vez primera
(¡o por güey¡).
Así me quedé yo, mirando al cielo en busca de alguien.
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